GENIO
Afág Masúd
Dedicado a los miembros ya fallecidos o aún vivos de la Unión de Escritores que todavía sirven con fidelidad a la Gran Literatura
Antes que nadie, han sido los compañeros del Centro Literario “La pluma” quienes han sabido la noticia de la adjudicación del apartamento al Poeta.
Ya pasado el mediodía, al atardecer de aquel miércoles, el redactor del Centro, el nominado al premio «la Pluma de Oro» Ahmed Aglepé apareció inesperadamente en la sala de descanso del primer piso del Centro. Con trabajo se acercó casi arrastrándose hasta “el Ambigú" que estaba al fondo de la sala, y ya casi sin fuerza se ha acodado sobre el mostrador de la ventanilla pequeña, como si hubiera bebido de un tirón tres vasos de “ayrán” (una bebida preparada de leche cuajada). Sin tomar aliento subió al primero piso, dirigiéndose al gabinete del director para informarle de una nueva noticia estupenda.
Alguien explicaba esta noticia al final de la jornada de trabajo, y añadía que las autoridades no podían prever la resonancia que esta tendría, y por eso habían decidido que especialmente durante la segunda mitad del día, sería el mejor momento para informar a los hombres de letras y del mundo del arte -cuando al Poeta y a los aficionados e ella – y a las personas apasionadas e imprevisibles – se les extingue el ardor creador, se enfrían y se les embota el cerebro enconado.
Otros les objetaban esta idea, pensando que los poderes escondían la verdadera intención hasta ahora, movidos por un único deseo, - dar al Poeta y a sus admiradores la original sorpresa en la víspera del congreso de la Unión de Escritores. Además, la causa de este deseo de los poderes, lo han hecho solamente porque demasiado pueblo empieza a salir, contando la ofensa de vivir para en el país, que no se puede abastecer de una vivienda al mejor Poeta.
Los periódicos escribían: "Los hombres de letras profesionales hablan y escriben constantemente sobre esto, las voces de mil de aficionados de la obra del Poeta se reúnen en una sola voz de indignación que podría llegar a parecer una insurrección nacional, sin embargo, ni a la dirección de la Unión de Escritores ni a los funcionarios públicos parecía preocuparles…»
Algunos en los círculos literarios vinculaban esta indiferencia de los poderes a la poesía con la cordial relación existente entre el Poeta con los poderes anteriores y, en particular, con el ex Presidente. Según ellos, se había redoblado especialmente este injusto menosprecio después de que el Poeta hubiera escrito algunos versos dedicados al ex Presidente. Aunque los críticos literarios habían escrito sobre estos versos que– “son el modelo de la Alta Poesía sin importar a quién estén dedicados…”
Había también entre la multitud representantes de la oposición, a los cuales también a pesar de su odio al poder, también habían visto surgir cierto amor y compasión y aseguraban que esta poesía del Poeta era conmovedora y que había provocado un fuerte el apoyo moral del poder actual. “Lo decían con tal seguridad, como si con sus propios ojos hubieran visto el apoyo moral de esta oposición”.- algunos estaban ya agotados por esta preocupación.
Los amigos del Poeta estaban también enfadados por los comentarios y rumores, “¿Y bien, para qué se ha mezclado en la política? — Hablaban, moviendo sus cabezas desconcertadamente. ¿Para qué lo necesitaba, o por qué? Su poesía es mucho más alta que la política y que todos los políticos…"
Por otra parte, los miembros más agresivos de la Unión consideraban que solamente la dirección de la Unión de Escritores era culpable en lo relativo a que al Poeta hasta ahora no se le hubiera concedido un apartamento. Por esta razón, no perdían nunca la posibilidad ya fuera en las páginas de los periódicos, por la radio o la televisión de llamar a la Unión inútil, lamentable o, incluso, de denominarla como una organización ya muerta.
Cuentan también que lo peor de esta desagradable situación lo sufría el Presidente de la Unión, el señor Vafá, una persona culta y de carácter bonachón. Aunque él había escrito ya varias veces en todas las instancias posibles sobre la organización, que después del régimen totalitario la Unión, se había convertido en una institución democrática de un país independiente, en realidad se encontraba en una situación pobre pero, parecía que nadie lo comprendía, o no quizás que nadie quería escucharlo. Y por eso, los recordatorios sobre la pregunta irresoluta acerca del apartamento del Poeta se evaporarían con la rapidez, con la que una gota de agua desaparece en una sartén puesta al fuego.
Según los funcionarios de la Unión este problema había afectado bastante a la salud del señor Vafá durante los últimos meses. Durante los últimos días hay quien le había visto acostado en la cama grande y suave, entapizada de cuero sintético y pareciendo que esperaba que alguien llegara y le inyectara un relajante. Debido a los rumores existentes, ahora el señor Vafá llegaba al trabajo antes, se encerraba en el gabinete, y con aquellos, que conseguían entrar en su despacho gracias a su secretaria, hablaba distraídamente, dando siempre a entender que su visita no era deseada y que lo molestaban. Al final del día del trabajo, como siempre, se podía ver que sus cansados ojos se clavaban en en las imágenes que estaban colgadas en la pared, en las cuales se pueden ver los autógrafos de algunas de las principales figuras pasadas de la literatura nacional.
La vida casi de mendigo que llevaba el Poeta, forzado a alquilar un solo cuarto, casi en ruinas, impregnado con el olor de podredumbre y de humedad en una casucha en un barrio de un suburbio de la ciudad, les fastidiaba a sus colegas, a los funcionarios del Centro Literario "la Pluma" y, sobre todo, al director de este Centro - el dramaturgo y el novelista Gulám Guseynlí, una persona extraordinariamente nerviosa.
Algunos días antes de que Ahmed Aglepé hubiera entrado volando en el Centro con la maravillosa noticia, Gulám Guseynlí sin saber por qué había soñado con muchos soldados. Habían rodeado el edificio de dos pisos del Centro y con una mirada amenazadora miraban desde la calle a las ventanas…
A la mañana siguiente, Gulám Guseynlí llegó al trabajo muy meditabundo. En seguida llamó al gabinete de su amigo Faráy y, como mirando pensativamente a lo lejos, le contó el sueño con todo lujo de detalles. Después de escucharlo con atención, Faráy mencionar nada de lo que él había soñado, se quedó algo pensativo por un momento y pronunció:
- Por lo visto, parece que puede haber un Golpe de Estado cerca…
Pero los astutos ojos de Faráy Gulám Guseynlí no podían comprender si su amigo hablaba de forma sincera, o si por el contrario, estaba bromeando. Y por eso, cuando a finales del día de trabajo en el umbral del gabinete, Ahmed Aglepé se asomó a la puerta, Gulám Guseynlí se acordó inmediatamente del sueño y aguantó con paciencia, impropia de él, durante un rato mientras escuchaba a Aglepé.
- ¡Señor Gulám, al fin le han dado al Poeta el apartamento! — exclamó Aglepé y calló, como si hubiera tropezado sobre el signo de exclamación.
Por esta buena, bella y completamente inesperada noticia los ojos de Gulám Guseynlí se le llenaron de lágrimas, y pasó ante sus ojos la cara del Poeta…
El poeta lo miraba con su mirada de ojos pequeños, llena de sufrimiento, y, como siempre, con una ironía fácil pronunció:
- ¡No te preocupes, Gulí! Siempre ha sido así: a los Poetas les despellejaban vivos, les acribillaban el pecho a balazos… — Tras pronunciar estas palabras, balanceándose, desapareció a paso lento.
- … Han dicho que el propio Presidente ha sido quien ha mandado reservarle ese apartamento. Y casi al final del encuentro, cuando ya todos empezaban a irse, el Presidente ha detenido su paso de repente, se ha vuelto y ha levantado la mano izquierda para que todos se pararan… y, quizás sea verdad o no, pero ha comenzado a recitar de memoria algunos de sus versos… — Dijo Aglepé visiblemente emocionado.
- ¿Sí?, ¿Quién te ha dicho todo esto? - preguntó, no sabía cuándo había aparecido en el gabinete el poeta Deniz. Él estaba sentado en un sillón cerca de la ventana y, con los brazos cruzados, fijaba su mirada en algún lugar a lo lejos, como si sus palabras pertenecieran a la ciudad o literatura…
- Gayá Karaél.
- ¿Y qué tiene que ver Gayá Karaél con todo esto? - Mirando con la melancolía, preguntó Gulám Guseynlí y mostrando cierto nerviosismo mientras se encogía de hombros.
- Me he encontrado con él en la calle de la Independencia, mientras él estaba bajando hacia abajo… ¡Estaba muy preocupado! Nunca le había visto así, tan compungido. La voz le temblaba al hablar.
Todo quedó en silencio bastante tiempo después de estas palabras de Aglepé. Cada uno estaba absorto con la mirada perdida. Durante este silencio, alguien abrió con precaución lentamente la puerta.
Sintiendo la atmósfera que reinaba en el gabinete, Faráy daba pasos lentos y tranquilos hacia arriba de la esquina de la habitación se sentó en una butaca grande de espalda alta.
- … Él mismo me ha contado todo. Yo ni siquiera he preguntado nada. Ha dicho que ayer por la noche le han llamado urgentemente de la Oficina del Presidente, le han pedido escribir algo de la información sobre el Poeta…- Aglepé se calló y se volvió y examinó a los funcionarios del Centro que habían entrado tras él.
Gulám Guseynlí contaba todo así como con melancolía, y al mismo tiempo estaba clavando la mirada en algún lugar a lo lejos, Deniz, con las manos cruzadas, miraba desde la ventana, Faráy, se miraba a los zapatos mientras mantenía las piernas cruzadas, y el poeta Aslanoglú, el redactor general de “Fuyuzát Nuavo”, jugaba pensativamente con una caja de cerillas, mientras que el otro con preguntas en su cabeza pero sin pronunciarlas se quedó mirando a Gulám Guseynlí.
- Sí, ahora Karaél irá en tropel, como un tanque… contará que el Poeta ha recibido el apartamento gracias a eso, — lo dijo gritando Aslanoglú inesperadamente y moviendo la cabeza mirando las caras de los demás.
En este momento se oyó el sonido del teléfono y sobre aquel aparato parecían oírse los gritos de Gayá Karaél. Él apresuradamente, y gritando como siempre, detalladamente contó de un tirón, cómo ayer, ya por la noche, escribía en el Palacio Presidencial la información sobre el Poeta y su obra y después, sin esperar la respuesta, colgó el auricular. ¿O se había cortado?
Gulám Guseynlí se quedó con el teléfono en la mano, como si esperara todavía algo, tardó bastante tiempo en devolverlo a su lugar.
- Dice que precisamente después de su información… — dijo pensativamente él.
- ¿Qué dice? - Gimió alguien desde el lado opuesto del gabinete.
- Él dice que esta pregunta la han realizado solamente después de su información, habla sobre el apartamento del Poeta, - Gulám Guseynlí pronunció con la voz ahogada por la confusión.
A él siempre le sacaban de quicio la confusión, la absurdidad y la incertidumbre. En cambio, la prosa de Gulám Guseynlí y su estilo eran claros y concisos. En cada frase, en cada momento él siempre trataba de ser extremamente claro y lógico. Cuando analizaban las obras de Gulám Guseynlí, en su prosa se notaban una lógica clara y un estilo literario simple constantemente.
- Y bien, ¿qué ha dicho? ¿Se han persuadido? – Gritó Aslanoglú, viendo cómo a los demás se les encendía un fulgor en los ojos.
- Por Dios, baja la voz, - frotándose la cara, pronunció Gulám Guseynlí sin mirar a Aslanoglú.
Al anochecer, después de que los funcionarios del Centro que se habían reunido a causa de la alegre noticia se marcharon cada uno a su casa, se quedaron solos, como siempre pasa en estas situaciones, Gulám Guseynlí y Faráy. Caía la noche y aunque en el gabinete ardía una luz completa, parecía que la habitación al mismo tiempo se oscurecía…
- Son posibles aquí algunos cambios, — hablaba Faráy, mirando con sus ojos verdes y pequeñitos atentamente las ondas del humo de tabaco, como si buscara algo - en primer lugar, puede ser, que el Presidente quiera hacer Historia con este acto. Es decir, que desee aparecer en la historia como un rey justo que ha colmado de beneficios y reconocimento a un gran Poeta.
Faráy miró de reojo a Gulám Guseynlí para persuadirse de que lo estaba escuchando, y continuó:
- Puede ser, quizás los versos del Poeta han impresionado de verdad al presidente, dado que es un amante de la poesía, y él lo ha hecho sin ningún tipo de segunda intención, solo en nombre de la gran literatura. Pero hay todavía una versión…
En este momento sus razonamientos fueron interrumpidos por el sonido del teléfono. Gulám Guseynlí se lanzó rápidamente sobre el aparato. Desde otro lado del teléfono se oía la voz agitada de Deniz:
- En mi opinión, hay solamente una versión – el Presidente necesita el amor de los poetas…
Deniz le dijo algo desde otro lado del aparato telefónico y empezó a explicarle, qué cantidad enorme de energía podría darle a una persona el amor del poeta, después de eso, se despidió apresuradamente.
- La tercera versión es que… - continuó Faráy, mientras gesticulaba con los dedos.
- ¡Significa, él es capaz de entender el sentido artístico!… - Gulám Guseynlí interrumpió de repente a Faráy y un resplandor incomprensible de alegría apareció en su cara:
- Entonces lo comprende todo, - dijo él. - Y nosotros…
Faráy se sintió incómodo con este cambio inesperado y comenzó a tocarse el pelo con sus pequeñas manos.
- ¡Claro!... Claro que lo comprende, - dijo él, - Siempre lo había dicho y digo de nuevo: puede ser que él sea el más grande escritor de todos…
- Significa, entonces, que él nos comprende, — y mientras Gulám Guseynlí le decía esto, notaba cómo se le hacía un nudo en la garganta.
En esos momentos, cuando Gulám Guseynlí estaba emocionado, Faráy se sintió mal. Faráy le quería muchísimo y le amargaba que su valiente amigo de la niñez y el autor de algunos libros, se conmoviese de esa manera, y se sentía culpable por esta debilidad de su amigo.
A Faráy le dolía en el fondo de su corazón ver a su amigo en este estado tanto como la literatura a la que quería como a su vida. A Faráy le dolía verle de esta forma, impotente y confuso, como si fuera un pequeño niño huérfano…
***
Por la tarde, en un pequeño apartamento de una sola habitación Gulám Guseynlí estaba dormitando en la butaca ante el televisor y se acordaba, como Faráy, rememorando esa versión, y encorvaba sus pequeños deditos, como si presionara los botones, y no se podía mantener apretado solo uno de ellos. Cada versión se adelantaba a la otra y decía –“soy yo la verdadera”. En todo este asunto, además, la única realidad era la concesión por parte del Presidente del apartamento al Poeta que incansablemente reñía a los poderes y a «la política infantil» en todos los periódicos y radios extranjeras, así que quizás existía otra razón o causa misteriosa que no se encontraba entre todas estas versiones anteriormente planteadas. Un poco después Gulám Guseynlí se adormeció sentado en su butaca, y empezó a ver en sueños a Faráy que en estos sueños le recordaba su idea…
- Su mayor obra somos nosotros... – Faráy le dijo guiñándole astutamente.
A la mañana siguiente, en los círculos literarios, en todas las redacciones y en las asociaciones creadoras reinaba una excitación extraordinaria. Festejaban por todas partes el apartamento del Poeta, pronunciaban en su honor brindis, dirigían felicitaciones pomposas a través de los periódicos y en los telegramas de agradecimiento al Presidente. Cuentan que el grupo de hombres de letras impresionando por este mensaje, dirigieron al Presidente un telegrama de veinte tres páginas, donde se hablaba sobre la fuerza de la palabra y del arte; sobre aquel que es capaz de hacer cambios en el alma y en la conciencia de las personas, sobre la potencia física de la Palabra que es capaz de cambiar los acontecimientos...
Debido a los rumores, los admiradores del Poeta, viendo en este acontecimiento un claro símbolo de celebración de la poesía y del arte, peregrinaron a la tumba de un poeta medieval. Allí celebraron el Día de la poesía, recitando los versos del héroe de la fiesta, y depositando unos ramos de flores sobre la tumba.
Contaban todavía que algunos compañeros de la pluma fueron al apartamento en ruinas del Poeta que está en un barrio de un suburbio de la ciudad, esperando ver a su amigo en el séptimo cielo de felicidad, pero en cambio, le encontraron muy triste y ofendido en una esquina del piso. Tras haber visto a sus compañeros de pluma, él se levantó. Sus pies, que se habían hinchado tanto por no moverse en su estrecho apartamento que parecían unas columnas, se arrastraban mientras el Poeta caminaba hacia ellos. Él se dirigió a ellos con una expresión de culpabilidad en su rostro.
-Él mismo me lo dio, yo no lo pedía, — dijo confusamente el Poeta mientras miraba atentamente a los ojos de sus compañeros.
La noticia sobre que el presidente había concedido un apartamento al Poeta que apoyaba la oposición, y que hasta había leído de memoria sus versos, el mismo día superó los círculos literarios y se difundió rápidamente por ámbitos.
Muchos decían que la concesión del apartamento al Poeta por parte del presidente era solo una acción publicitaria para atraer al lado del ejército a los hombres de letras, los admiradores del Poeta de los partidos opositores e incluso, en general, al mundo literario.
Otra versión era que fue un paso perspicaz para la creación del poema- el retrato poético que él escribiría en honor del Presidente con el tiempo, como ya había el maestro dedicado en el pasado uno al ex Presidente.
En la memoria de muchos había unos versos del Poeta dedicados al ex presidente, que había llegado al poder contra el deseo popular, después de los versos del Poeta, aquel científico regular – el lingüista, se convirtió de repente en un personaje casi legendario y en uno de los favoritos de todo el mundo. Por eso, se veía que aquel fenómeno atrajo la atención del presidente actual. Y si ahora el Poeta, gracias a su inspiración profesional pudiera crear una imagen de dirigente sabio del Presidente y acompañarlo de la imagen de alguien que siempre está listo para sacrificar su vida por el pueblo, entonces, se quedaría en la historia para siempre y no borrarían jamás su nombre de la memoria de las futuras generaciones…
***
La tarde del día siguiente – en una tarde fría, ventosa, otoñal, Gulám Guseynlí, cuando volvía a casa todavía forcejeando en el mar de las versiones, en una esquina oscura se encontró cara a cara con alguien.
- Ah, querido — la voz débil de la persona con quien había chocado gimió y apoyando su cara contra el pecho como ocultándose de la vista. Parecía que le esperaba en esta esquina oscura.
- Yo sabía, siempre sabía que entre nosotros el más fuerte, el más valiente siempre has sido tú… Y de nuevo lo eres tú… de nuevo Gulí…
Solamente por el habla suave y su tono reconoció a Saláj Sarizadé con su pelo canoso, que había perdido toda su vida escribiendo novelas sobre un futuro desdichado y sobre la difícil subsistencia de los petroleros de manos negras por el crudo.
- Es decir, todo ha sido en vano, ¿verdad? ¿Todo ha sido una mentira? La literatura… - aquí la voz del escritor viejo pareció que se apartaba a otro lado, y después se oyó completamente desde lejos, - la literatura, que hemos creado con toda nuestra sangre y por la que hemos dado toda la vida, la literatura a que dedicamos nuestra vida, nadie la necesita, Gulí?
Sarizadé continuaba hablando, todavía apoyándose en el pecho de Gulám Guseynlí, y parecía que si se apartaba, no tendría fuerza suficiente para mantenerse de pie.
Gulám separó el cuerpo delgado del viejo escritor con precaución y le miró a la cara.
- ¿Por qué dice usted eso, Señor Saláj? ¿Por qué no es necesaria?
- No es necesaria… no es necesaria… Si fuera necesaria, si apreciaran la literatura, no obrarían así.
La voz del anciano empezó a temblar, se le hizo un nudo en la garganta, su cara se arrugó y él puso una expresión de niño ofendido.
- ¿Qué ha pasado, Señor Saláj?
- Yo…. soy un escritor con cincuenta años de trayectoria, autor de treinta dos novelas, ciento cuatro relatos, veterano y herido de la Guerra Nacional; y he dedicado a la literatura ordinaria toda la vida, vivo en un barrio de un suburbio de la ciudad, en el apartamento comunal, mientras ellos distribuyen apartamentos a personas que ya tienen tres o cuatro casas.
Gulám Guseynlí puso su brazo en el hombro del escritor que siempre había sido conocido como una persona noble y de buen corazón.
- ¿En quién pensáis, Señor Saláj? Si usted habla sobre el Poeta, él, el pobre…
- ¿Y eso del Poeta?!... Me han llamado ahora y me han dicho que el Presidente con motivo del Congreso ha dispuesto otorgar un apartamento a cada miembro del Consejo de Ancianos.
Gulám Guseynlí quiso preguntarle quién le había informado pero Sarizadé se volvió inesperadamente y, murmurando algo más sobre el Consejo de Ancianos, se fue cruzando la calle, chancleteando los zapatos viejos, destaconados.
- ¡He escrito una nueva novela… te la enviaré! — él gritó ya por otro lado de la calle. ¡De nuevo sobre el petróleo!
***
Cuando Gulám Guseynlí llegó a casa, retransmitían el encuentro del Congreso de Escritores en el Palacio Presidencial. Esta vez el presidente entró en la sala no como siempre, a través de las puertas de dos batientes anchas, sino que entró desde un espacio misterioso entre las paredes. Durante algunos minutos majestuosamente estuvo al fondo junto a la bandera tricolor, como si estuviera esperando algo, y después, como obedeciendo una silenciosa orden, se colocó a la cabeza de una enorme mesa redonda, con su cara rosada y sus ojos grises, al llegar allí sonrío dijo unas palabras.
Los escritores ancianos – que por alguna razón todos ellos estaban sentados juntos y en la parte derecha – miraban al presidente con una sonrisa satisfecha, pero con un poco de preocupación en la cara. El presidente decía algo, mirándose las manos, apoyadas en la mesa, y además como si viera perfectamente a todos los que asistían en la sala a la ceremonia.
Luego la cámara se volvió a unos ancianos y Gulám Guseynlí contuvo la respiración sin querer. Los escritores, que se conocían desde hacía décadas, parecía de repente que habían cambiado tanto que casi se le para el corazón. Estaba primero el famoso poeta Kuskún y junto a él, el prosista Tarí Verdiyév. Verdiyév, tenía el aspecto de un brujo, y estaba a dos butacas del prosista y el dramaturgo de Sumbatlí, que se parecía como dos gotas de agua al poeta Atíla Zardusht que a su vez estaba sentado en un sillón, pero lo más asombroso era Atíla se parecía a Sarizadé, con quien Gulám Guseynlí acababa de encontrarse en la calle oscura y fría.
Algunos minutos más tarde el famoso poeta Kuskún, arrastrando los pies, se dirigió hacia la tribuna, se apoyó penosamente sobre ella y comenzó a hablar por alguna razón sobre los éxitos que había alcanzado el país en últimos años, sobre la extracción del petróleo y también de la exitosa política exterior reciente…
En este momento sobre la mesita cerca de la butaca comenzó a sonar teléfono.
- ¡Señor Gulám! Ahmed Aglepé gritó como si estuviera en medio del océano solitario agitando por el viento y la tormenta.
- ¿Ha oído lo que ha pasado? – a veces la voz de Ahmed se cortaba, como si las espumosas olas del océano inundaran el cable telefónico.
- ¡Habla más alto, no te oigo bien! - gritó Gulám Guseynlí, cubriendo el micrófono del aparato con la palma de su mano.
- ¡El poeta Kuskún ha muerto!
- ¡¿Kuskún?! - exclamó Gulám Guseynlí mirando la pantalla, donde Kuskún, pálido, continuaba hablando sobre la política exterior. Sintió cómo por todo su cuerpo lo recorría un frío escalofrío.
-¿Qué? ¿Cómo? ¿Te has vuelto loco?! Lo estoy viendo ahora mismo, está hablando…
-¡Es una grabación en vídeo! ¡El encuentro ha acabado a las seis! ¡Kuskún ha fallecido directamente allí, en el ascensor del Palacio Presidencial!
-A veces se perdía la voz de Aglepé, aunque un poco después se volvía a oirsele.
- ¡Dicen que de repente ha caído de rodillas, y la cabeza a su vez ha caído sobre su pecho… primero habían pensado que se había desmayado, pero después ha llegado la ambulancia, y todo se ha sabido!
Aglepé continuó hablando, esta vez gritando, como si las olas del mar estuvieran a punto de llevarle a él y al teléfono, y así contó todo lo que había sucedido después del encuentro con el Presidente. Según sus palabras, unos ancianos se habían encontrado mal de repente y uno de ellos había sido trasladado al hospital central por encargo directo del Presidente.
Así, dos veces nominado del premio Estatal, el autor de las novelas sobre la tragedia nacional, el escritor público Neymát Ozál se sintió también mal en el pasillo del Palacio Presidencial mientras dejaba de noar su pulso debido a una insuficiencia cardíaca. La ambulancia que ha llegado, lo ha llevado directamente desde allí a uno de los hospitales centrales para practicarle la necesaria cirugía cardiaca. Según Aglepé otros tampoco se encontraban bien…
- ¡Delante del Palacio Presidencial había tantas ambulancias que no podían moverse! Aglepé perdió la voz tras este grito.
- ¿Y tú, desde dónde me hablas? No lo comprendo… - preguntó nervioso Gulám Guseynlí.
- ¡Desde aquí, desde debajo de tu casa! - Aglepé gritó de nuevo.
Durante mucho tiempo después de colgar el auricular le zumbaba todavía en las orejas de Guláma Guseynlí el relato de Ahmed Aglepé. A los veteranos escritores, como a los heridos de los combates en las trincheras, los habían llevado fuera en las del edificio del Palacio Presidencial y los habían colocado en las ambulancias. Esto le causó una impresión como la del día del fin del mundo que se escribe en los libros sagrados en los que los hombres se morirían en el día del juicio final.
Mientras tanto, los mismos ancianos, en la pantalla estaban vivos y sanos. Ellos se levantaban uno detrás de otro y se dirigían hacia la tribuna con la cara pálida, y con emoción pronunciaban un discurso sobre la creación del Estado, la política agraria, los índices económicos, es decir, de nada que tuviera gran relación con la literatura, y después de terminar, con su mismo aspecto pálido volvían a sus lugares.
A la conclusión del encuentro, los ancianos se levantaron y al marcharse de la sala como de repente la cámara se paró sobre el Presidente.
- ¡Un minuto! - Dijo en voz alta, alzando la mano. El Presidente hizo una pausa, llamó al alcalde de la ciudad y dar ningún tipo de explicaciones ni preámbulos dio la orden de otorgar a cada uno de los participantes en el encuentro un apartamento de cuatro habitaciones. A continuación, recitó en voz alta algunos versos de uno de los poetas que habían asistido al encuentro; tras ello, abandonó la sala.
Ya, por la noche Gulám Guseynlí no podía quedarse dormido. Él recordaba el Palacio Presidencial y cómo por él pululaban las camillas; también se acordaba del Presidente, que cómo hablaba, mirándose las manos, y cómo los escritores, en cuyos rostros se percibía un agradecimiento falso y también cierto temor.
De madrugada por fin cayó dormido y a continuación comenzó a tener una serie de sueños… Ahora entre los escritores se encontraba Mamedyár, que se había ahorcado con una toalla hacía años debido a la miseria en la que vivía, también estaba Seíd Mirzá que se había destruido el hígado por el alcohol, veía además a Surxáy que había muerto de una parada cardiaca mientras dormía, y Elbrús, que decía en voz alta que había muerto a causa de una hemorragia cerebral… Junto con los trabajadores del Palacio Presidencial ponía los cuerpos inanimados de los ancianos en las camillas… Él podía escuchar las últimas palabras de Ahmed Aglepé que le gritaba desde la cabina telefónica que parecía que una isla solitaria en medio del furioso océano y Gulám Guseynlí oyó algo durante esta pesadilla que hizo que se le pusieran los pelos de punta:
- ¡Él lo hace en nombre de una gran literatura! Sí, sí. ¡Lo hace todo en nombre de la Gran Literatura-a-a!
A la mañana siguiente, la noticia acerca del hecho de que el presidente había distribuido los apartamentos entre los ancianos escritores, y los rumores sobre la salud de estos, hizo que de repente se difundiera también una noticia que de nuevo conmovió los círculos literarios.
Los funerales por el poeta Kuskún por decisión de la Comisión Estatal de organizaciones funerarias debían tener lugar en tres días, al día siguiente del Congreso de la Unión de Escritores. Durante el transcurso de estas noticias, Neymát Ozál permaneció inconsciente durante toda la noche debido a su insuficiencia cardíaca y cerebral, y cuando por fin recobró el sentido, él de repente vio cómo le subía bruscamente la temperatura. Los médicos, que no podían vincular este hecho con la insuficiencia cardíaca y cerebral que había sufrido, decidieron realizar una investigación completa del estado del enfermo, por ello, recogieron todos los análisis de sangre y orina, hicieron los rayos X, resonacias de ultrasonidos, y después consultaron también a los médicos más reconocidos de toda la república. Sin embargo, no pudieron determinar el origen del extraño estado de salud del poeta.
Decían que el viejo escritor, que había dedicado toda la vida al desarrollo de la literatura y de sus composiciones, hasta esa mañana que había estado sin conscienci aún estando arropado con varias mantas tenía escalofríos, y que unícamente al amanecer pudo entreabrir los párpados.
- Él lo ha hecho por mí, - dijo y tras ello, perdió de nuevo la consciencia.
Además, Atíla Zardusht también se encontraba peor. Tras volver después de la recepción del Presidente, este abnegado trabajador de la pluma, sin decir ni una palabra al llegar a su casa, se encerró en su despacho y no abrió la puerta, a pesar de los insistentes golpes con los que llamaban a ella. Sólo ya, de noche totalmente cerrada, fue cuando los vecinos forzaron la puerta y entraron en su gabinete, allí encontraron a Atíla sentado en su mesa de escritorio con la boca deformada. Los enfermeros que lo bajaban como podían por las escaleras de la casa, contaban que el anciano, moviendo imperceptiblemente sus labios casi paralizados, había susurrado:
- Él lo ha hecho por mí…
Y se difundieron de nuevo las diversas versiones y conjeturas a propósito del obsequio otorgado por el Presidente a los escritores. En la víspera del Congreso de la Unión de Escritores el ambiente se llenó con una densa niebla. El arte de los hombres de letras afirmaba que el Presidente había sido capaz de estabilizar la situación política de la República que hasta ese momento había vivido años muy convulsos. Y que por medio de esta medida, buscaba desprestigiar a los escritores que aún mostraban apego y admiración por líderes pasados.
Por otro lado, otras voces decían que el Presidente simplemente no sabía de la existencia en el país de otros hombres de letras jóvenes y talentosos. Es por esta razón, por la que para él toda la literatura nacional se reducía a estos autores veteranos, y por eso, a través de este decreto decidió demostrar su compromiso con ellos en la víspera de Congreso de la Unión de Escritores, etc. Así sucesivamente se dispersaban ideas y planteamientos diversos.
***
Cuando Gulám Guseynlí, todo todavía bajo la influencia del sueño, entró en el vestíbulo del Centro, una gran parte de los miembros de la Unión "Vanguardia" se habían marchado ya. AL verlo, el Presidente de la Unión, Dunyá Godzhagúl, un joven moreno que siempre estaba de un humor incomprensible, apretando sus manos en la espalda como si subieran por ellas un escaliofrío de mal.
- Lo sé, lo sé… Pero ahora no puedo, Dunyá, - dijo en voz baja Gulám Guseynlí subiendo por las escaleras junto a él.
- Deberíamos pedir consejo - dijo gravemente Goyagúl, siguiendo por la escalera a Gulám Guseynlí.
- ¿Sobre qué?
- Hemos preparado un recurso.
- ¿Qué recurso? ¿Sobre qué? ¿De verdad quiere Usted los apartamentos? - preguntó Gulám Guseynlí y con verdadero odio miró a la cara todavía enrojecida de Dunyá Goyagúl.
- ¿Y cómo no vamos a quererlos? Pasamos hambre, nuestros hijos muchas veces viven en casas ajenas, y dan a otros ancianos los apartamentos, a los que tienen cincuenta palacios por toda la ciudad.
Quizás por el tono excitado de Dunyá Goyagúl, o por la pesadumbre después de la noticia de ayer sobre la muerte del poeta Kuskún, o por recordar cómo Aglepé dijo gritando en su sueño: “¡Él lo hace en nombre de una gran literatura!”, o por alguna otra razón que no alcanzaba a entender, Gulám Guseynlí sintió repentinamente náuseas.
- Déjame en paz, Dunyá… De verdad, déjame… Estoy de mal humor. De verdad, hagan lo que quieran.
Faráy estaba sentado en una esquina de la butaca de alto respaldo. Se sentaba cruzando las piernas y doblándolas una sobre otra mientras esperaba a Gulám.
- ¿El teléfono no funciona? — preguntó él, apenas Gulám entró en el gabinete, y comenzó a gesticular desde su butaca.
Hasta la tarde los dos amigos viejos estuvieron sentados fumando en el gabinete, dentro de la nube de humo que se había formado en la habitación, se metieron en sí mismos. Ya al caer la noche, la habitación se oscureció igual que el ambiente que entraba desde las ventanas que daban al norte.
- Sus viejos cuerpos no han soportado una alegría tan grande, - dijo tragando saliva, al fin, Faráy y luego miró fijamente a Gulám Guseynlí -habló de los ancianos- añadió el primero.
- Todo esto es más complejo… - pronunció Gulám Guseynlí, pensativamente mirando a algún lugar a lo lejos. - Todo esto es mucho más difícil de lo que pensamos…
Al atardecer alguien llamó a la puerta con precaución y la abrió posteriormente. Era Aglepé. Él todavía vivía en una atmósfera de confusión desde hacía tres días, y al entrar en el gabinete donde estaban sus compañeros dio un traspié y estuvo a punto de caerse. Al ver a Aglepé, a Gulám Guseynlí se le nubló la vista.
- ¿Qué ha pasado ahora?…
- A los jóvenes van a darles también apartamentos... El Presidente ha dispuesto esta ley ahora mismo. Y, de nuevo ha recitado versos y poesías…
- ¿Quién?
- El presidente… del último ciclo de Sahát Gurumgóy…
- ¿De nuestro Sahát?
- Sí…del segundo capítulo de “La niebla azul”.
Aglepé perdió las fuerzas mientras lo decía y buscó un sitio para sentarse, pero cambió de opinión por alguna razón y permaneció de pie balanceándose. Faráy miró a Guláma Guseynlí y a sus ojos que vibraban como un relámpago. Gulám Guseynlí a su vez miró a Faráy, y dirigió después la mirada a Aglepé balanceándose sobre sus zapatos viejos destaconados junto a la puerta como si fuera una bandera ondeando.
***
Esa misma tarde, Faráy acompañó a casa a Guláma Guseynlí. Los amigos estaban en la puerta de entrada del edificio y se miraron uno contra otro durante bastante tiempo sin que les importara la lluvía que caía. Faráy se levantó el cuello de su capa ya mojada por la lluvía, apretó por sus pequeñas manos y, tiritando de frío o de algo que desde entonces penetró en los ambos cuerpos, pronunció:
- Tengo miedo- dijo él.
- ¿De qué? – preguntó Gulám Guseynlí, mirando a los ojos chispeados en la oscuridad Faráy y sintiendo, cómo le temblaban las piernas.
… Faráy no decía nada, callaba. ¿Sus ojos lagrimeaban por el frío… o tenía un nudo en la garganta?
- ¿Temes que alguien joven también pueda morir? – a pesar de que no quedaba claro si lo había dicho en tono de broma o en serio, Faráy no le miró directamente, sino que simplemente metió sus manos en los bolsillos de su impermeable y echó a andar bajo la lluvia y desapareciendo en la oscuridad.
***
Cuando Gulám Guseynlí entró en su casa, retransmitirían por el televisor el encuentro entre el Presidente con los jóvenes hombres de letras. El dirigente disminuyó su paso, se volvió, levantó su mano izquierda y comenzó a recitar en voz alta un poema…
Por la noche, Gulámu Guseynlí vio en sus sueños al Presidente… Vestido con una bata blanca, estaba ante una mesa enorme decorada con diferentes motivos…
Gulám Guseynlí estaba también en esta habitación. Él se escondía detrás de una pesada cortina de terciopelo y observaba detenidamente todo lo que el Presidente hacía.
Este levantó uno de los matraces, examinando su contenido a luz, y tomó después otro pequeño matraz que contenía un líquido verde y echó de forma muy controlada algunas gotas de este líquido en el otro matraz que tenía un líquido rojo. El líquido en el matraz empezó a formar espuma y humo, y este comenzó a elevarse y saliendo del matraz, se exparció por el aire. Ese humo que se había generado hacía que ya no pudiera verse ni la habitación, que en realidad parecía más un laboratorio ni tampoco al presidente. Gulám Guseynlí retuvo la respiración tosió debido al humo. En este momento pudo escuchar la voz del Presidente desde realmente cerca:
- Basta ya de perseguirme, Gulám…
***
El Presidente entró en la sala llena de luz del Teatro Académico Nacional a través de la entrada principal. Con una clara expresión de cansancio, examinó a la gente que le recibía aplaudiendo de pie, agitó las manos, y poco después, desfiló a lo largo de la primera fila. Detrás de él iban los miembros de su guardia personal y los otros dirigentes con expresión de preocupación, que se sentaron en la segunda fila, justamente detrás del presidente.
El Congreso comenzó. Los oradores que salían a la tribuna saludaban en primer lugar a los congresistas y al Presidente como signo de respeto, y al igual que en todas las reuniones anteriores, los temas principales de los discursos versaban sobre las riquezas naturales del país, la extracción del gas, del petróleo, etc.
Gulám Guseynlí y Faráy estaban sentados en silencio en las últimas filas. Gulám de vez en cuando miraba hacia atrás, tratando encontrar a Deniz, pero no pudo.
- No va a venir… - dijo, sin apartar la vista del escenario, Faráy.
- ¿Por qué piensas eso? Preguntó Faráy.
- “Siento náuseas, Faráy”. Dijo Gulám.
Y entonces, se acordó como una vez, estando como de costumbre cerca de la ventana y con los brazos cruzados, Deniz dijo:
- Toda la diferencia entre nosotros es que en esta vida ellos ocupan las casillas negras, y nosotros blancas, como en un tablero de ajedrez…
Algunos de los escritores que hoy estaban aquí, hacía solo unos dos meses habían preparado discursos bruscamente críticos contra la dirección de la Unión, que durante algunos años había sido indiferente a su obra y a la vida dura que llevaban. Por esta razón, iban a exigir su dimisión. Este grupo de escritores se había concentrado en la parte izquierda de la sala y tenían los ojos clavados en la fila en la que estaba la presidencia y miraban con ferocidad al señor Vafá…
- Siento que algo va a pasar — sin volver la cara, dijo silenciosamente Faráy.
- ¿Por qué piensas eso? ¿Qué crees que va a pasar?
- No sé… - respondió Faráy, dijo rápidamente y luego volvió la cara. Él miró a Guláma Guseynlí y, con cierta expresión de susto en sus ojos, añadió:
- ¿No lo has visto? Está cojeando.
- Y bien, ¿qué pasa por eso? - preguntó en voz baja Gulám, encogiéndose de hombros.
- Él nunca ha cojeado…
Y ya hasta el fin de la sesión de Gulám Guseynlí se concentró en mirar allí, a las primeras filas, pero desde el lugar que ocupaba solo podía observar una parte del hombro izquierdo del Presidente.
Más asombroso le parecía que por todo este tiempo su hombro no se había movido absolutamente nada. Parecía que el presidente se había ido, habiendo dejado en la butaca en su lugar su chaqueta vacía.
Al final de la sesión, la chaqueta del presidente se movió cuando él se levantó y, con una ligera cojera, pasó despacio a la tribuna. Y entonces, mientras el presidente andaba, sus zapatos negros y nuevos chirriaban sobre el suelo y Gulám Guseynlí pensó que el presidente cojeaba porque a él quizás sus nuevos y brillantes zapatos nuevos le estaban algo estrechos.
El Presidente guardó silencio unos momentos, echó una mirada triste alrededor de la sala oscura, como si buscaba a alguien, y después, comenzó a hablar sobre el arte de la palabra, de la literatura antigua, de su potencia, de los logros de la literatura nacional durante los últimos años, sobre la pureza del alma del escritor, sobre los propios escritores, y sobre el calor de los corazones de aquellos que crean la Gran Literatura. Después, comenzó a hablar sobre la preocupación por el arte por parte del Estado, y llegando al final de su discurso, levantó la mano izquierda y declaró que acababa de dar una orden sobre la adjudicación de apartamentos a todos, es decir, a los quinientos cincuenta seis miembros actuales de la Unión.
Después de estas palabras del Presidente, en la sala al instante reinaba un silencio sepulcral. El Presidente cojeando bajó por la escena con las manos a la espaldas y sin haberse despedido de nadie, con una cierta expresión de tristeza en su rostro abandonó la sala.
Y solamente el ruido de las puertas de la sala que se habían cerrado tras el Presidente, pudo despertar a las personas de la sala que aún contenían la respiración de asombro. Se estremecieron las paredes y la lámpara del techo por los aplausos que comenzaron a rugir en la sala. A su vez, Gulám Guseynlí sintió cómo un espasmo le apretaba el estómago, y sintió como sobre sus pestañas comenzaba a temblar una lágrima no invitada de emoción. Faráy no aplaudía, él todavía con miedo miraba a las personas de la sala con los ojos desencajados, y parecía que las paredes y el techo estaban a punto de derrumbarse debido al ruido y a los aplausos.
***
Al día siguiente todos los periódicos gubernamentales publicaron un nuevo decreto del Presidente. En él se decía que en honor al XXXIX Congreso de la Unión de Escritores, por los méritos realizados en pos del desarrollo de la literatura nacional, todos los miembros de la Unión serían agraciados con apartamentos.
Más cerca del mediodía, a la Unión llegó un mensaje que decía que por orden personal del Presidente en un barrio alto de la ciudad, a algunos kilómetros del conjuto principal de edificios residenciales, en un territorio rodeado por una cerca alta, para los miembros de la Unión es separara un edificio de veinte pisos dividido en quinientos cincuenta seis apartamentos.
En los círculos literarios reinaba un silencio extraño, de expectación… Y Gulám Guseynlí, después de estos acontecimientos, para él envueltos por el misterio, sintió como se le pusieron los nervios de punta completamente, y empezaba a menudo a soñar con esta extraña casa de quinientos cincuenta seis apartamentos. Soñaba que él se acostaba en medio del patio, rodeado por la cerca, ante quinientos cincuenta seis gigantes parecidos a unas esculturas funerarias de faraones. Los dueños de estas casas iban en uniforme, con pijamas de rayas amarillas y verdes. Y dos o tres se encontraban en una esquina sombría del patio y parecía que se recitaban versos y se leían novelas recién escritas uno a otro. El personal, los médicos, los peluqueros, los vendedores del quiosco, los vendedores servían con batas blancas, y hablaban mediante señales intentando que estas mariposas de la literatura que navegaba en un océano de palabras no se apartaran de su mundo de creación e imaginación.
A Gulám Guseynlí no le valía el pijama, y por el eso, él no podía salir a la calle, así que se asomaba desde la alta ventana de dos hojas y, mirando desde allá hacia abajo, tirando el pijama que le quedaba tan grande, gritaba con todas sus fuerzas, intentando llamar a Faráy que estaba saltando y jugando con otros de los vanguardistas.